Friday, February 12, 2010

El acusador / Se llamaba Sheytân


Dudar es humano y, hasta cierto punto,
necesario y aleccionador; mucho vacilar
y dudar, tarde o temprano, es triste
e intensifica el tropiezo, el fracaso;
pero no venga nadie a burlarse del que duda.
Si no sabe orientar, mejor que se vaya.
Dudar no es malo, pero, si la duda
se asaltara por los acusadores, el dudante
sufrirá. Es cuando el mal aparece.

¡Oh, Job! yo no te compadezco porque dudes.
Triste es que vengan a acusarte y burlarse
de tus titubeares quien no te da una mano
y sólo hunde sus dedos en tus llagas.
Tú eres más digno con tus dudas
que los entrometidos.

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Se llamaba Sheytân

El adversario se llama Sheytân y no venía
de ningún cielo ni de infierno oculto.
No era ni ángel ni diablo.
Era simplemente un ignorante,
hombre cualquiera que sufre, opina,
se mete donde no lo llaman.
Que se le nombrase el Adversario,
que le dijaran Satán, el diablo,
fue mero accidente, malentendido.
El ni siquiera era malapaga ni temerario.
Solamente fue intruso y hasta simpático
porque no tenía ni cuernos ni rabo
(más bien, estuvo siempre asustado
con sus endeudamientos), mas...
abríala la boca para pedir prestado,
aunque no supiera, cuándo y cómo tendría
que pagar lo conseguido y, en consecuencia,
empezaron a decirle diablo malo, embrollón
y lo único que ante él se requería,
para que él fuera bueno, sería un sonoro No.
«No te presto y, si te prestara,
¿cómo piensas pagarme?»

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Tentadores espirituales

Cuando se es espiritual, es decir,
cuando uno sabe que las palabras tienen
sutiles significados y cada palabra es una emoción
y un símbolo, los tentadores no existen
(siquiera existen los enemigos, lo que abunda
son los ignorantes). No hay otro mal
que el que intenta persuadir con aquello que no sabe.
Existen los vanidosos de su propia ignorancia,
los que no son sutiles, pero, si se es espiritual,
uno los compadece y, si siguen terco,
uno se levanta y los deja hablando solos,
pero no venga nadie a tratar de persuadirme
que yo tengo enemigos espirituales,
o los tentadores, enemigos del género humano.
Esa gente no existe: son sólo ignorantes,
gente que se engaña a sí misma y no sabe
el significado del lenguaje, gente tan poco sutil
que pierde el tiempo conmigo.
Los dejo hablando solos.

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La moral de los híbridos

Morality is a private and costly luxury: Henry Adams (1838-1918)
Si alguna vez crece su cola
como de gato que se entorcha,
si piensa que bajo el dintel de su entrada
tropieza un carnero, o arce gigantesco,
si siente que su moralidad ya ha caído
en entredicho, no se crea que es
porque es diablo.
Tampoco cornudo.
No hable sobre seres híbridos, mezcla
de lobo o venado.

Sencillamente, puede que lo que ocurra
es que es posmoderno sin saberlo.
Que ya no sabe que son creencias verdaderas.
Su pensamiento se está volviendo,
por acrítico, débil.
El dintel del nihilismo está bajo y caído
y a usted le gusta, casi seguramente,
vivir despreocupado, darse existencia
en el color de rosa de algún cuento de hadas
hasta que el amargo sabor de la existencia
le haga pensar que es híbrido.

Entonces, es cuando saca de la cultura popular
esas fascinaciones de ser un poco diablo,
o que la cola no la tiene adelante,
sino detrás del culo. Comenzará a decir
que la ciencia es un mito de la CIA.
Que la confianza no la merece ni su madre.
Que no hay relatos orientadores,
a no ser ... creer en nada.


13-02-2004

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El infierno


El infierno es aquí, en esta gran plazuela,
donde tenemos estos dioses de la fama pasajera,
obsesión de ser célebres, gratificados instantáneamente
por las llamas de los espejismos.
El perverso cornudo es el ego que no sabe
ni cómo se hace daño y suma y suma
a su expediente autodestructivo.
El lago de azufre es el reflejo de las ínfulas
de la Gran Sociedad, donde reyes y postestades
son los medios comunicadores, la industria
del aclamo, de las vanidades
que vuelven los opioides naturales
del cerebro en armas de doble filo.
y nunca discuten públicamente el secreto:
«Self-harming is addictive»
y cuando se fracasa, por causa
de esas adicciones, se liberan
los opioides como muerte.

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