Monday, December 15, 2008

Pisotéame

A Siva, el destructor


Pisotea sin piedad, Destructor,
Padre del elefante, bendecidor de la Llama.
¡Qué demonio de niño es mi corazón desorientado!
Tan sordo soy que no escucho el tambor
con que me invocas; qué oscura mi esclavitud;
sirvo a los amos que nunca te han cantado.

Súbete a mi vientre, danzarín y vacía
mis horas y mis hígados de apañado apache,
mis sámagos de zahorí; sangra mis egos.

Brinca, Despiadado, sobre el ciego enemigo.
Todos mis sentidos están obnubilados.
Y no entiendo tus ritmos ni escucho las caracolas
que imiten el OM, tu susurro primordial.

Házme de nuevo por razón de la Maza /
La autoridad / que tienes en tus manos.
Pónme al estrado de tus pies
y dáme, tras la muerte en el lodo,
el loto de tu belleza eterna
y chispas de la Llama verdadera.

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Castiga a Iyá

Cuando el lucumí castiga a Iyá, el pequeño,
un sonido se vuelve pan heroico,
se puja o sobrepuja en la mitad más pura
del agua y del vino;
triunfa al sacar
su esqueleto a los aires.
Con los días se le asigna la hermosura
y rompe tambor y es rico mambo.

El lucumí es un mentor que lo alborota
a golpe de epitimia; la madre ha de ser
una manigua armada de endorfinas
y la comparsa en la calle que lo esperan.

Se iniciará en los anhelos maduros,
con profundos cantos, en la gracia.

07-16-1990 /
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