Saturday, November 17, 2007

Las brujas piadosas e hipócritas


«¿Por qué has de ser tú quien me laves
y cures mis pies llagados, por qué tú?»,

preguntó el ciego. Apenas si podía creerlo.
Nunca la vio tan cerca como ahora
ni ella se había pasado a su calle como hoy.

Siempre lo miró desde el alto de sus pupilas
y no acudía al martirio de ninguno.
«No fue que me dejara de querer. Fue que nunca
me quiso»
y, ¿por qué lo hará hoy y se inclinó,
casi en rodillas, con empeño de lavar sus pies hinchados,
lacerados con el dolor de siglos.

Ella todavía negó su nombre. El lo preguntó
una y mil veces, en cientos de existencias
y momentos de ser-en-situaciones:
«Si apenas te reconozco, ¿quién eres que hoy,
al parecer, te postras a mis pies con ese alarde?»


Sí. El Ciego la había oído tantas veces,
pero ella a él jamás lo había mirado.

El sí la recordaba: ella gritándole desde balcones,
a los que son como él, con más miedo que odio,
hijos del limbo, flojos, sanpetardos, bravucones,
herejes, mentecatos, hijos brutos, envidiosos,
malagradecidos, perdedores: yo les maldigo:
como una viuda rusa que los observa en marcha
contra la Sede de los Saberes Extendidos de Occidente
en los tiempos de Pedro el Grande y la zarina.

Odio y maldigo al que mata hessenios,
por igual, a los hijos de las brujas, a francmasones,
a peones renegados del «corvée», constructores
de puentes y caminos por orden de Jean Orry.
Odio al pobre, enemigo de mis intereses agrarios.
Odio al pobre, enemigos de mis intereses financieros.
Odio la imposible igualdad de todos los hombres.

Sí. El Ciego la había oído tantas veces,
pero ella a él jamás lo había mirado.

Ella decía: odio a los jesuístas, porque fui dama
de Francia y supe de las matanzas en el Campo de Marte.
A marineros que renieguen del imperio y digan:
«My country, right or wrong», los repruebo
porque yo fui una de las niñas consentidas de Inglaterra,
Odio el grito «No Popery» cuando se grita
en medio de motines; no me gusta el fin
del Sacro Imperio Romano.

Sí. El Ciego la había oído tantas veces,
pero ella a él jamás lo había mirado.

A los juicios de traición en la Asamblea de Virginia
no los aplaudo; a los indios embravecidos
en el Valley de Wyoming los quiero exterminados;
que supriman los derechos feudales y la trata
de esclavos me entristece; como dama de Francia,
la toma de la Bastilla, el gobierno de Mirabeau,
la huída del Rey Luis XVI y su corte, me trastornan.

¿Qué vendrá después? ¿Cuán profundo será el caos
ahora que los esclavos se rebelan contra el amo
y la soberanía popular clama sus razones
en el centro de las plazas y delante
de los viejos monumentos?

Sí. El Ciego la había oído tantas veces,
pero ella a él jamás lo había mirado.

Canto al hermetismo

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