Saturday, November 17, 2007

El templo de la libertad

A temple of liberty and beacon of hope: Marquis de Lafayette


Encontré el templo de la libertad.
Y lo hallé lleno de mercaderes y de fieras.
Allí estaba la esperanza: andrajosa,
cubierta de gargajos, apaleada
por adoradores de insignificancias.

Aquel fue el templo, altar que tú, Pueblo,
propusíste para el mundo como regocijo futuro
de naciones. Y me preguntaron quién soy
(¿cómo que el pueblo no me reconoce?
¿Por qué pregunta quién yo soy?
¿Qué no seré yo sino uno de ellos?
El que más ha caminado y entró
por las puertas estrechas?)

Cientos las naciones hasta hoy…
yo era uno del pueblo, ahora sin pueblo,
de repente… quizás porque estuve asombrado,
más incrédulo que hoy, y quise
un vasito de agua refrescante
después de mi jornada, vasito del que
nunca bebí. Agüita que jamás me dieran.

Mis pies se desgastaron. Caminé muchos años
como un monje sin hermita para entrar a ese templo.
Aún lo llamé Libertad y Esperanza. Ahí llegué:
a ese basural de basurales y me afligí
frente a un monumento de Boston.

11.


¿Cómo preguntan que quién soy?
¿Cómo alegan? «¿A qué has venido, forastero?»
¿Cómo dan estas falsas referencias?
Escuché que se me dijo:
«¡No te has equivocado! ¡No estés triste!
Llegaste a América, la Hermosa,
la tierra liberada de las moralidades severas
de los mundos viejos, tertulianos, llegaste
a donde no hay Fin del Mundo ni craso pesimismo».

Y contesté estas cosas: Mi presencia sigue
frente al templo y me duele esta pregunta
como a nadie: «¿De qué tierra vienes, forastero?»

y gente que paseaba por aceras hacia mercados,
escuelas, museos, cines, bares o hacia ninguna
parte, simplemente en paseo; sin embargo,
yo sí estuve buscando algún refugio,
entrar al templo, agradecer que existe
el territorio de la libertad y que mejor catedral
no hallará el mundo, sólo tú: América.
Temple of Liberty and Beacon of Hope.

Me arrastré a tu atrio, me abrí paso
hacia la Puerta. Inesperademente me detuvieron.
Un hálito de ignominioso aliento ordenó detenerme
y se armó con mayores pestilencias que avanzaron
desde adentro hasta la calle y abofetearon mi rostro.

Gritos y escarnios me empujaron.
Escuché más rumores, indicaciones
de que soy un sospechoso de ambiguos delitos,
por informuladas razones. ¡Estoy tan solo!

De lejos presentí otras plegarias.
¿Qué sería lo escuchado? ¡Tantas palabras
suciamente aromadas de hermetismo!
Como nuevas proclamas de improvisados proyectos.

Se estilaban como cantos de sirenas, urdidas
en altares escondidos. Repicaron campanadas,
demasiados estridentes como cañonazos.
No eran tañidos dulces ni gentiles.
Eran parte de ese adiós que me expulsaba diciendo:
¡Largo de aquí, véte, véte!

Canto al hermetismo

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